Manuela Ballester, el eclipsamiento de una artista
Manuela abrió los
ojos y creció dentro una familia inmersa en el arte. Su padre, Antonio
Ballester Aparicio, era escultor y profesor de la Escuela de Bellas Artes de
San Carlos de Valencia, lo cual influyó
decisivamente en sus hijos al verse involucrados en el ambiente de artistas que
visitaban el taller paterno de imaginería. Así, el hermano mayor, Tonico, que
heredó la vocación escultórica del padre, cosechó un gran éxito durante su
juventud. Las hermanas menores de Manuela, Rosa y Josefina, también recogerán
el testigo de la vena artística familiar y, ya durante su exilio en México,
fundarán un taller de grabado, Las Ballester.
En 1922, y con sólo catorce años, Manuela Ballester se
matriculó en la especialidad de pintura en la citada Escuela de Bellas Artes
donde su padre era profesor, y donde también se matriculó su hermano Tonico,
siendo una de las primeras mujeres en conseguirlo. Durante su carrera
(1922-1928) llegó a ganar un premio de retrato, con cuyo dinero, y siguiendo
los consejos de su padre, realizó un viaje a Madrid para descubrir a Goya,
Velázquez, a quien siempre consideró su maestro, y El Greco en el Museo del Prado.
Además, en la escuela se unió al grupo de estudiantes contestatarios, tanto
social como artísticamente, y amantes de las vanguardias, liderado por Josep
Renau, a quienes se conoce como Generación Valenciana de los Treinta. Allí
comenzaría su relación con Renau, quien escribiría para ella los libros de
versos ilustrados Estrellamar e Intento de amanecer, y con quien se
casará en 1932 y formará una familia de seis hijos. Artísticamente, durante su
periodo de formación, se dedicó a la ilustración literaria, al diseño de
figurines de moda y a la confección de carteles, participando también en
diversas publicaciones, como en la revista valenciana La Semana Gráfica.
Poco después, tras el éxito conseguido por la exposición de
Renau en Madrid y la conversión de éste al comunismo, Manuela le siguió los
pasos en cuanto a su militancia política.
Tras salir de la Escuela, sus trabajos pictóricos empezaron a ser
dados a conocer entre el público y, así, en 1929 sus obras se pudieron
contemplar en la Exposición de Arte de
Levante, y ya en marzo de 1931 Manuela participó en la exposición colectiva
de la vanguardia valenciana celebrada en los locales de la Agrupación
Valencianista Republicana. Otros participantes de dicha exposición, muchos de
ellos futuros integrantes de la UEAP (Unión de Escritores y Artistas
Proletarios), fueron Josep Renau, Tonico Ballester y Francisco Carreño. Y
particularmente importante durante estos años resultó la participación de la
artista en la Manifestación de Arte
Novecentista, organizada por Manuel Abril en el Ateneo Mercantil de
Valencia en 1932.
Dentro de su faceta de ilustradora, realizó la cubierta para
la edición española de la obra del Nobel de literatura en 1930 Sinclair Lewis, Babitt (escrita en 1922), gracias a ser la ganadora, ese mismo año de
1930, del Primer Premio del Concurso de Portadas convocado por la Editorial
Cénit. En 1934 destaca su trabajo en el cuento de Lleó Agulló Puchau La perla que naixqué en lo fang, obra
premiada en los LIV Jocs Florals de “Lo
Rat-Penat”.
A partir de enero 1935 comenzó su colaboración artística y literaria en Nueva Cultura, revista mensual independiente de la UEAP y del Partido Comunista,
fundada y dirigida por su marido, cuyo periplo editorial se mantuvo hasta 1937.
La revista presentó dos etapas claramente diferenciadas. En
una primera etapa, publicó trece números entre enero de 1935 y julio de 1936,
caracterizándose por su antifascismo y por un intento por organizar el frente
popular de la cultura española, desarrollándose en sus páginas una de las
polémicas más duras sobre el compromiso político del arte. Por tanto, la
revista en sus inicios tomó conciencia clara de su labor como defensora de una
nueva cultura nacida de la lucha contra el peligroso fondo ideológico y
cultural tanto del capitalismo, como del fascismo.
En la segunda etapa de Nueva Cultura fueron ocho
números los publicados, entre marzo y octubre de 1937. En este momento, y como
órgano de la Alianza de Intelectuales Antifascistas en Defensa de la Cultura,
constituida tras el levantamiento militar del 18 de julio de 1936, trató de
desarrollar el frente revolucionario de la cultura española. Una de las
novedades que presentó esta nueva aparición de la revista fue el abandono del
uso mayoritario del castellano, a favor de la inclusión de artículos en
catalán, como clara defensa de las diferencias nacionalistas que el fascismo
negaba. De igual modo, se produjo una manifiesta apuesta por el carácter
popular del planteamiento cultural de la publicación. Tomando estas premisas
como base, su principal labor fue realizar una crítica cultural revolucionaria
científica, es decir, ejecutada desde los planteamientos marxistas y que se
ejemplificó en las numerosas notas y críticas de libros que salpicaron sus
páginas.
Centrándonos en la figura de la artista valenciana que nos
ocupa, Nueva Cultura fue el portal
donde se mostraron tanto los trabajos en fotomontaje de Manuela Ballester, como
sus artículos de crítica artística y literaria, ambos condicionados por su
pensamiento político. Dentro de sus aportaciones plásticas, las más escasas, se
pueden destacar los dos fotomontajes, aparecidos en el número 9 de la revista,
que ilustraban la traducción de José Renau de El viejo inspector de la vida: cuento soviético.
En cuanto a sus aportaciones literarias, en el número 5 de
la revista, correspondiente a junio-julio de 1935, Manuela publicó un artículo
de crítica artística titulado Mujeres
intelectuales. En él, y tomando como excusa una exposición de mujeres
artistas realizada en la Librería Internacional de Zaragoza y recogida en la
revista Noreste, rechaza la
abstracción y aboga por un realismo social de marcado compromiso, el cual echa
en falta en dicha exposición, que denuncie los problemas de diferencias de
clase, abolición de la propiedad privada y situación de miseria y carencias del
proletariado consecuencia del capitalismo; todo ello, de nuevo en clara
correlación con las propuestas procedentes de su militancia política. De igual
modo, realiza un alegato a favor de un arte en el que se vea reflejado el
“espíritu femenino”, alejado de la adopción de los prototipos y
posicionamientos realizados por la tradición artística masculina.
Contando Valencia con una reputada tradición litográfica y siendo un importante
centro de producción de carteles, Manuela no pudo sustraerse a desarrollar su
genio artístico también dentro de estos cauces. El objetivo principal del
cartel es la transmisión de un mensaje de la forma más impactante posible para lograr
una respuesta inmediata en el receptor. Y en ello Manuela Ballester se reveló
como una maestra. De este modo, en 1936 esta polifacética mujer realizó uno de
los hitos de su extensa producción de carteles políticos, uno para el Partido
Comunista de España (PCE) dedicado a animar a las mujeres en su voto por el
Frente Popular. En su iconografía podemos rastrear, por
un lado, los modelos tradicionales que se imponían a la vida cotidiana y al
comportamiento de las mujeres en aquellos momentos, con unos personajes, entre
ellos la iglesia y quizá un representante de la sociedad burguesa, intentando
mantenerla aferrada a dicha tradición; por otra parte, se presenta la nueva
pretensión de la mujer de adquirir libertad para sus pensamientos y sus actos,
y, claro está, la identificación de Manuela, en tanto que mujer progresista de
su tiempo, con todo este proceso.
El año 1937 marcó una etapa de gran actividad para Manuela, ya que dirigió la
revista semanal Pasionaria, órgano de expresión del Comité de Mujeres
Antifascistas del Partido Comunista de Valencia. Dicho comité surgió como organización en el contexto de la mayor incorporación de la
mujer a organizaciones y partidos políticos, sobre todo de izquierdas y
sindicales, durante la Guerra Civil. Contó con la participación de mujeres
republicanas y socialistas, pero bajo la hegemonía de las mujeres integrantes
del Partido Comunista.
No sólo se dedicó Manuela este año a la dirección de la revista, sino que
también se convirtió en dibujante en la Sección de Prensa y Propaganda del
Comisariado General del Ejército de Tierra; colaboró con Renau, nombrado
Director General de Bellas Artes con el gobierno de Largo Caballero, en la
organización del Pabellón de la República Española de la Exposición Internacional
de París y en la selección de los artistas participantes; y por último,
participó en la organización del II Congreso de Escritores para la Defensa de
la Cultura, celebrado en junio en el Ayuntamiento de Valencia.
Al año siguiente
obtuvo el primer premio del concurso convocado por el Ministerio de Defensa
Nacional para el proyecto de la Medalla
del Valor, y realizó dibujos contra el fascismo en el diario La Verdad,
órgano de expresión de la Unificación Comunista Socialista y dirigido por Max
Aub y Josep Renau.
Los últimos años de la
guerra, 1938 y 1939, los pasaron Manuela y Josep en Barcelona, donde se había
trasladado el gobierno republicano desde Valencia. Tras el fin de la Guerra
Civil, y como tantos otros, tuvieron que abandonar España y se exiliaron,
primero en Francia, y después, en México. Allí permaneció Manuela hasta 1959.
El exilio, sin embargo, no conllevó el abandono de su producción artística, y
se centró, junto a Renau en realizar, en su taller Estudio Imagen, Publicidad Plástica, murales y carteles de cine
para productoras, publicidad comercial, y propaganda política electoral, en
especial para el Partido Revolucionario Institucional (PRI); así como dibujos
para revistas de los republicanos españoles, como España Peregrina, Las
Españas, Nuestro Tiempo, Independencia,
Mujeres Españolas o Boletín de
Información de los Intelectuales Españoles.


Del mismo modo, colaboró con el
muralista David Alfaro Siqueiros, a quien había conocido en Valencia en 1937
durante el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, en
el mural interior Retrato de la Burguesía
(1939-40) para el Sindicato de Electricistas ejecutando algunos bocetos. Más
tarde, y ante la huída de Siqueiros a causa de su primer intento de asesinato
de Trotsky, el mural tuvo que ser terminado por el matrimonio Ballester-Renau;
lo cual, así mismo, les facilitó el encargo de los paneles decorativos del
restaurante del Hotel Lincoln de México. También junto a Renau, y con la
participación esporádica del hijo mayor de ambos, Ruy, realizó el mural España hacia América (1945-50) para el
Hotel Casino de la Selva, de Cuernavaca, en el que se va a intentar
contrarrestar la visión crítica contra los españoles realizada por Diego Rivera
en su mural de la Casa de Cortés, también en Cuernavaca.
También en tierras
mexicanas se produjo su participación en diversas exposiciones colectivas como
la realizada en la Casa de la Cultura Española (1940), la Primera Exposición
Conjunta de Artistas Españoles (1956), y la de Artistas Valencianos en la Casa
Regional Valenciana de México (1959). En estos momentos, sus creaciones
pictóricas se decantan por el realismo, concretándose en retratos cargados de
introspección psicológica (Mi hijo Ruy,
Julieta, Rosita, Totli, Teresa, Pablo y la Yaya), paisajes (Cuernavaca), y bodegones. También merece la pena
destacarse que, como continuación de su compromiso político y social, Manuela
se dedicó en estos años a la alfabetización de las criadas indígenas que
trabajaban en su casa. Imbuida por el ambiente de su nueva patria de acogida
también realizó una serie de grabados y dibujos sobre el traje nacional mexicano.
Su labor como
cartelista tampoco quedó olvidada, como lo demuestra que en 1954 consiguiera el
segundo premio del concurso organizado por el Club Rotario de México por su
cartel con destino a la Campaña Pro
Desayuno Escolar. Y ya en 1956 es el primer premio el que consiguió en el Concurso Nacional de Carteles para el
Primer Centenario de los Sellos de México.
A partir del verano de 1959, y hasta su muerte, fijó su residencia en la
República Democrática Alemana, instalándose en el Berlín Este siguiendo a
Renau. Esto supuso un duro golpe para ella al dejar en México a sus hijos Ruy y
Totli, que ya se habían casado, para seguir a su marido, de quien, sin embargo,
terminará divorciándose en 1962, debido, en parte, a la rivalidad artística que
éste sentía con respecto a ella. Posteriormente, otro gran golpe que tendrá que
superar Manuela será el suicidio de su hija Julieta.
En Berlín trabajó como ilustradora en alguna revista y editorial alemana,
realizó una serie de fotomontajes y dibujos para la Agencia General de Noticias
(ADN), y dirigió y colaboró en una revista de moda fundada por Siles.
Sin embargo, su relación con México continuó y en 1962 resultó la ganadora del
primer premio en el concurso de carteles convocado por la Casa de Valencia en México para
anunciar su segunda falla. Del mismo modo, en 1963 expuso, en el Club de
Creadores de Cultura de Berlín, sus trabajos sobre el traje nacional mexicano,
que volverán a ser expuestos en 1965 en
Berlín y Dresde en el marco de la exposición México y su mundo. También en esos años es cuando se produjo su
colaboración en la revista Mujeres del
Mundo Entero, editada en La Habana por el Círculo Julián Grimau y dirigida
por Manuel Carnero.
Avanzando un poco en
el tiempo, en 1972 expuso en la Mostra
d’Arte Contemporánea, en solidaridad con España, realizada en Milán. Y al
año siguiente se produjo su participación en la exposición colectiva en la Galería Punto de Valencia. También
contaron con sus obras las exposiciones La Mujer en la Plástica, en el
Palacio de Bellas Artes de México, y Pintores y Escultores Republicanos
Españoles, en la Galería Mercedes y Jordi Gironella de México. Ya en 1978
participó en la Exposición del Movimiento de Solidaridad con los Pueblos de
España en el Ateneo Español de México.
De nuevo Valencia fue
la ciudad que recogió en los años ochenta una retrospectiva de su obra en la Galería Estil. Dichos años ochenta
continuaron sirviendo de marco temporal para recuperar su figura, ya que en
junio de 1981 colaboró con dos retratos en la exposición L’avantguarda artística valenciana dels anys trenta, organizada por
el Ayuntamiento de Valencia; en diciembre de 1983 participó en la exposición El exilio español en México, celebrada
en el Palacio de Velázquez de
Madrid; y ya en abril de 1988 se le seleccionaron dos pinturas para incluirlas
en el Homenatge a les víctimes del
franquisme i als illuitadors per la llibertar, que tuvo lugar en el Salón de Columnas de la Lonja de Valencia y que realizó un
posterior recorrido por diversas ciudades españolas.
Sin embargo, Manuela Ballester nunca regresó a España y falleció en Berlín el 7
de noviembre de 1994.
Un año después de su
fallecimiento, se realizó una exposición homenaje a la artista, recogiendo un
centenar de pinturas, dibujos, grabados y carteles de distintas épocas,
organizada por L’Institut Valencià de la
Dona.
Ya en época más
reciente, en 2008, se le dedicó el documental Manuela Ballester, el llanto airado, con guión y dirección de
Giovana Ribes, y bajo iniciativa de la asociación valenciana DonesenArt con motivo del III Festival Octubre Dones, dedicado a
Manuela Ballester.
Poco a poco, la memoria de la
Historia del Arte va dejando transcurrir su mirada sobre la figura y la
trayectoria de esta mujer entregada a las múltiples manifestaciones artísticas
que desbordaban su alma creadora, y se va recuperando una página que nunca
debió ser arrancada ni pasada por alto.
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